sábado, 22 de enero de 2011

El Camino del Ñandú

Apuntes sobre el Chaco, el algodón y la Cadena Textil…

Hay una región en la Argentina que parece no existir…
La Patagonia es poseedora de cinco provincias, todas con grandes lagos y montañas y con el valor agregado de ser el “fin del mundo”. Porque Islandia, Alaska o Groenlandia no son el fin del mundo, están en el norte; son regiones fantásticas pero están “arriba”; el mundo en cambio, termina al sur...
Las provincias de Cuyo son dueñas de la gesta sanmartiniana, de los Andes secos y del vino. El Noroeste es también los Andes, con color y mal de altura, la puna y la cultura hermana de Bolivia y Perú.
La Pampa y el Litoral dan forma a esa típica Argentina gaucha, la de la carne, el fútbol, la milonga campera y ciudadana, que después fue tango. También en su extremo está la selva, el mate y el agua… Las grandes aguas, acompañadas de chamamé y de algunas polkitas gringas.
Las sierras centrales en cambio, son de los argentinos, no trascienden fronteras, pero las utopías, la apertura, la belleza y las nuevas cosas siempre vienen de por aquellos lados.
Y el Chaco? Hay cuatro provincias que comparten su territorio, o parte de él, Salta, Santiago del Estero, Formosa y la provincia homónima, llamada como él. Una región llana y misteriosa, de vacas magras, algodón, polvo y calor letal. Muchos de sus pobladores son aborígenes que han luchado y resistido a las tropas de la República, igual que los sureños tehuelches, aunque sin tanta fama. Por estos pagos bonaerenses no sabemos casi nada de sus rebeldías, gestas, dolores y muertes. Sin embargo hoy muchos de ellos resisten de muchas formas, por ejemplo hablando sus propias lenguas o resisten profundamente, desconfiando del hombrecito blanco, el gringo, el criollo, en especial el porteño... Todos ellos, indefectiblemente podemos portar estafa o regalos, caridad o muerte. Estos hombres tan extraños a nosotros, cuando se refieren a la tarde miran o señalan el ocaso, cuando hablan de Buenos Aires por ejemplo, señalan hacia el sur. Para todos ellos los pájaros son augures, y el futuro los viene esperando allá atrás… Observan el presente y el pasado mientras aguardan los eventos del futuro. No conocen nuestra ansiedad y cuando la observan les divierte y puede que hasta les asuste un poco. Esto no los hace congelarse ni quedarse, de ninguna manera. Su hacer es diferente, es colectivo, no sólo entre ellos, sino unido con los seres con quienes conviven. El Monte es parte de éstos seres y quien además los alberga.
Los habitantes del Chaco son invisibles al país y se están muriendo junto con el Monte. También pueblan al Chaco los criollos. Éstos y aquéllos viven como pueden, cultivan poco, crían algunos animales, tienen poca tierra y muchas veces pelean entre sí porque no se entienden. Ella, la Tierra, como en casi toda América, tiene pocos dueños. Los muchos en cambio son los criollos y los aborígenes, igualados como campesinos y como pobres, alcanzan a hacer tres o cuatro toneladas de algodón, porque pueden cultivar tres o cuatro hectáreas, que muchas veces ni siquiera les pertenece.
No hay explicación para tal anonimato.

El siglo XXI propone al Chaco una elección existencial, sustancial: Una alternativa es Pampeanizarse, ésto se hace corriendo o “arreando” a sus genuinos pobladores rumbo a las ciudades, ofreciéndole los espejos del colorido consumo; y al monte en cambio “llevandoló”, desapareciéndolo hacia la nada, talándolo, quemándolo, empujándolo con las palas, desnudando el hermoso, aunque frágil y joven humus chaqueño. La otra posibilidad en esta elección crucial a la que se enfrenta es levantarse, haciendo tornar grande al Monte Impenetrable, creando oasis de vida en él.
La agroecología convive con el monte y con la cultura del agro, las chacras familiares y cooperativas buscan la convivencia del algodón con maíces, curcubitas y porotos, y en su rotación le dan pie a chivos y gallinas. Ese caos biodiverso, creado por los hombres del Chaco, defendido por lapachos y timbós, caraguatás, orquídeas y yararás, es riqueza, es belleza, es vida del país. Un algodón cosechado a mano en esos territorios intensos, libres de la síntesis de los laboratorios, se expresa más blanco, más largo, más valioso y bello.
Esa fibra, hoy todavía especial, que en la Cadena Textil Solidaria queremos que deje de serlo, porque buscamos que toda la fibra sea fuerte y buena. Esa fibra digo, se hila y viaja al sur, a una fábrica de amigos, cerquita de unos cerros muy antiguos, donde los árboles son pocos y plantados, pero donde los hombres son también paisanos, hijos de viejos gringos en su mayoría, que tejerán, colorearán y convertirán en telas esos hilos para hacer que algunos de nosotros los vistamos y que esperemos sean cada día más.